NOSTALGIA DEL BARRO (Y DE LA PASTA)
Por: Manuel Rodríguez Rivero
Cada día estoy más de acuerdo con aquella reflexión de Julio Ramón Ribeyro (Prosas apátridas, Seix Barral) acerca del anacronismo que supone una biblioteca personal. El estupendo cuentista, que murió mucho antes de que naciera el libro electrónico, argumentaba que esos almacenes domésticos del saber respondían a épocas (y clases) pretéritas: cuando se vivía en grandes casas aisladas y era preciso tener el mundo (encuadernado) a mano, algo que no tenía mucho sentido con una red de bibliotecas medianamente surtida. Y, para colmo, llegó el e-book: el otro día encontré en el metro a una antigua amiga que me confesó que transportaba en su lector electrónico 215 novelas (muchas del siglo XIX). Se había separado de su pareja y se había mudado a un pequeño apartamento, de manera que había vendido su biblioteca, y con la pasta se había comprado la tableta, en la que había introducido todos los libros que quería tener siempre consigo. Claro que existen otras formas de ahorrar espacio. Mi admirada poeta Amalia Iglesias, por ejemplo, agradece que le regalen libros diminutos (cuentos de Calleja, volúmenes de la biblioteca Pulga, etcétera): se acostumbró a ellos cuando comprendió, a base de mudarse de casa (o, quizás, de salir corriendo), que en la vida conviene ir ligera de equipaje. Desde hace algunos meses muchos editores han descubierto un nuevo (y modesto) filón en lo que podríamos llamar "librines". Penguin, que siempre supo fabricar libros populares, se ha inventado la serie de Mini Modern Classics, en la que publica, a tres libras ejemplar (el precio de un café aguachirle en Londres), cuentos de importantes autores contemporáneos (con copyright). En España abundan las editoriales a las que les ha dado por publicar en formato "mini". Por citar sólo algunas: Alba, Acantilado, Periférica, Ático de los Libros, La Compañía, Gadir, Olañeta, Casimiro, Siruela, errata naturae, Nórdica, Rey Lear, Fórcola, etcétera. El problema es que, con escasísimas excepciones, esos minilibros resultan relativamente caros, como si se tratara de pequeños artículos de lujo. Tomen, por ejemplo, el excelente relato de Flannery O'Connor La buena gente del campo, publicado por Nórdica, una estupenda editorial independiente: un folletito de 70 páginas de texto (a doble espacio) que se vende a 8 euros. El cuento (publicado en la misma traducción por Lumen en 1973) figura también en la recopilación de Cuentos completos de la autora de Ediciones de Bolsillo (Mondadori): 848 páginas a 9,95 euros. El lema de Nórdica para su colección minilecturas es "grandes relatos de la literatura universal para leer en el tiempo que dura una película de cine y al precio de una entrada". Bueno, lo cierto es que por menos de lo que cuesta la entrada y el paquete de palomitas uno podría conseguir (magnífica) lectura para todo el mes y, encima, sin tener que privarse del cine. Y conste que el de Nórdica (insisto: un sello editorial con personalidad) no es el único ejemplo posible. En general, el precio de los minilibros de las editoriales españolas oscila entre los 7 y los 12 euros, la misma franja ocupada por los libros de bolsillo, con mucho más texto. Por lo demás, ya sé que hablar de pelas en estas páginas tan espirituales puede resultar chabacano, pero qué quieren, soy tan decadente que a menudo desciendo del cielo, poseído por la nostalgie de la boue (nostalgia del barro). Ah, se me olvidaba: si no saben cómo optimizar el exiguo espacio de su biblioteca, no se pierdan el (mini) vídeo de YouTube Organizing the Bookcase. Y conecten los altavoces: es bailable.
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