martes, 28 de diciembre de 2010

ALONSO CUETO SOBRE EL PREMIO NOBEL DE VARGAS LLOSA

LA HISTORIA DE LOS PREMIOS NOBEL

Los Nobel son conocidos en la historia de las ciencias como una familia sueca de notables químicos e inventores. Olof Nobel desde principios del siglo XVIII se destacó como tal, además de haber sido un influyente profesor en la Universidad de Upsala. Su nieto, Inmanuel Nobel, fue tan famoso como su abuelo y su genio creador en el campo de la química, principalmente en la rama de los explosivos, fue heredado con creces por sus descendientes.


Del matrimonio de Inmanuel con Andrietta Ahlsell nacieron cuatro hijos varones: Robert y Ludwig, destacados colaboradores de su padre; Alfred, que inmortalizó el apellido con sus grandes aportes en el campo de la química de los explosivos y Emil, que murió siendo estudiante universitario, víctima de una explosión en el laboratorio familiar como consecuencia de las experiencias que realizaba.

El tercero de los hermanos, Alfred Bernhard Nobel, nació en Estocolmo capital de Suecia, el 21 de octubre de 1833. Aunque recibió su educación en Rusia y estudió ingeniería en los Estados Unidos de América junto al famoso ingeniero John Ericson, su profunda formación científica en todo lo referente a explosivos la alcanzó con su trabajo junto al padre. Joven aún, Inmanuel Nobel, con toda la familia emigró a San Petersburgo, Rusia, donde fundó primero un establecimiento destinado a la fabricación de torpedos y después, sucesivamente, un astillero, una fundición de hierro y fábricas de armas, en los que laboraron intensamente, junto al progenitor, los tres hijos mayores.

Alfred, que unía a su genio creador en la química, una especial habilidad para los grandes negocios, cuando aún no había cumplido las tres décadas de vida, fundó por su propia cuenta, en 1862, una fábrica de nitroglicerina en Estocolmo y tres años después otras dos, en Winterviken y Kummel del Elba, llegando a ser esta última una de las más importantes de Europa.

Se dedicó desde entonces a realizar, paciente y temerariamente, estudios sobre la nitroglicerina con el propósito de atenuar su sensibilidad que hacía imposible su uso en forma pura. La nitroglicerina que es el más importante de los éteres nítricos de la glicerina, también denominado trinitrina, había sido descubierta en 1846 por el químico y médico italiano Ascanio Sobrero, quien la llamó piroglicerina y advirtió la extrema peligrosidad de su uso comercial. En 1854 Williamson estableció su composición química, lo que facilitó que años más tarde, con un completo dominio de su estructura, Nobel pudiera ensayar con diversas sustancias para conocer, cuales podían atenuar su gran sensibilidad.

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lunes, 27 de diciembre de 2010

ENTREVISTA A FERNANDO AMPUERO



Fernando Ampuero forma parte del Proyecto Perú Leyendo de Editorial Arsam y dentro de pocas semanas estaremos editando su libro de cuentos Los juegos del amor. Anticipándonos al lanzamiento del libro, colgamos una entrevista realizada por Francisco Angeles con el autor de Malos modales.

miércoles, 22 de diciembre de 2010

PROYECTO "PERÚ LEYENDO" DE EDITORIAL ARSAM

El Proyecto Perú Leyendo de Editorial Arsam es una apuesta por la Literatura Peruana última y pretende llevar a nuestros escritores nacionales a los colegios públicos y privados. Sabemos de la dramática situación por la que atraviesa la lectura y la comprensión lectora en el Perú, pero eso no nos desanima; sino, por el contrario, nos alienta a revertir este panorama desolador.
En este sentido hemos armado un catálogo con los mejores escritores de las últimas generaciones para entregar a los jóvenes lectores libros amenos, divertidos, y que los conecten con la nueva realidad peruana.
Entre los autores seleccionados, encontramos a:
-Alonso Cueto
-Fernando Ampuero
-Guillermo Niño de Guzmán
-Iván Thays
-Gustavo Rodríguez
-Javier Arévalo
-Max Palacios
-Richar Primo
-Dimas Arrieta
-Hans Rothgieser
-Orlando Mazeyra

DISCURSO COMPLETO DEL NOBEL MARIO VARGAS LLOSA


Elogio de la Lectura y La Ficción

Por Mario Vargas Llosa
Aprendí a leer a los cinco años, en la clase del hermano Justiniano, en el Colegio de la Salle, en Cochabamba (Bolivia). Es la cosa más importante que me ha pasado en la vida. Casi setenta años después recuerdo con nitidez cómo esa magia, traducir las palabras de los libros en imágenes, enriqueció mi vida, rompiendo las barreras del tiempo y del espacio y permitiéndome viajar con el capitán Nemo veinte mil leguas de viaje submarino, luchar junto a d’Artagnan, Athos, Portos y Aramís contra las intrigas que amenazan a la Reina en los tiempos del sinuoso Richelieu, o arrastrarme por las entrañas de París, convertido en Jean Valjean, con el cuerpo inerte de Marius a cuestas.

La lectura convertía el sueño en vida y la vida en sueño y ponla al alcance del pedacito de hombre que era yo el universo de la literatura. Mi madre me contó que las primeras cosas que escribí fueron continuaciones de las historias que lela pues me apenaba que se terminaran o quería enmendarles el final. Y acaso sea eso lo que me he pasado la vida haciendo sin saberlo: prolongando en el tiempo, mientras crecía, maduraba y envejecía, las historias que llenaron mi infancia de exaltación y de aventuras.

Me gustaría que mi madre estuviera aquí, ella que solía emocionarse y llorar leyendo los poemas de Amado Nervo y de Pablo Neruda, y también el abuelo Pedro, de gran nariz y calva reluciente, que celebraba mis versos, y el tío Lucho que tanto me animó a volcarme en cuerpo y alma a escribir aunque la literatura, en aquel tiempo y lugar, alimentan tan mal a sus cultores. Toda la vida he tenido a mi lado gentes así, que me querían y alentaban, y me contagiaban su fe cuando dudaba. Gracias a ellos y sin duda, también, a mi terquedad y algo de suerte, he podido dedicar buena parte de mi tiempo a esta pasión, vicio y maravilla que es escribir, crear una vida paralela donde refugiarnos contra la adversidad, que vuelve natural lo extraordinario y extraordinario lo natural, disipa el caos, embellece lo feo, eterniza el instante y torna la muerte un espectáculo pasajero.

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